Una época para recordar
Desde mi guarida
Ángela
22-4-2022
Recordaremos los meses encerrados en casa, los años vividos sin vernos las caras, las vacunaciones masivas (una dos tres cuatro veces algunos), la propaganda del miedo a través de los medios de comunicación, el odio generado al que no acepta la norma.
Recordaremos a la policía asaltando viviendas sin orden judicial; a la guardia civil persiguiendo a un tipo en su barquita solo en medio del mar porque se había saltado el confinamiento; a la guardia civil poniendo multas por llevar de urgencias al perrito porque le había mordido otro perro.
Recordaremos a las familias y a los amigos enfrentados por las mascarillas y por las vacunas, como si no hubiera motivos suficientes antes del coronavirus.
Recordaremos a los jóvenes que se han suicidado porque no han soportado esta vida de mierda. Y son muchos. También viejos.
Recordaremos a los virólogos, epidemiólogos y otros “expertos”, que ni dios sabe de dónde han salido, aterrorizando a los ciudadanos un día sí y otro también.
Lo recordaremos todo, y nos daremos cuenta con horror de que la inmensa mayoría de la población está de acuerdo con las bárbaras medidas impuestas por los gobiernos que nos han jodido la vida.
Tanto daño se ha infligido a la población, que muchos siguen con sus bozales temiendo perder la vida en cada estornudo.
Alguien tendría que explicar por qué en África, dónde no se ha vacunado la población, prácticamente no ha habido casos de enfermos por coronavirus. Muy selectivo este virus. Este charco lo salto, este no. Por una vez, África ha tenido suerte, como no tiene dinero para pagar a los laboratorios, no se ha vacunado nadie.
Hemos visto cosas asombrosas como al presidente de un país tan “democrático” como Canadá, bloqueando las cuentas de los camioneros que se manifestaban pacíficamente en defensa de sus derechos, amenazándolos ¡con retirarles la custodia de sus propios hijos! Diciendo que se saltaría todas las leyes que hiciera falta para “proteger” a los ciudadanos de sí mismos.
A la presidenta de Nueva Zelanda, tan progresista ella, haciendo exactamente lo mismo que su colega canadiense: pasarse las leyes por el forro.
Eso está ocurriendo en los países “democráticos”, donde existen contrapoderes que, de alguna manera, evitan la barbarie.
En China, dictadura total, la barbarie se ha constituido en algo normal. Vemos, una tras otra, imágenes de personas arrojándose desde los balcones de sus casas, altos edificios convertidos en cárceles; otros aparecen, hombres y mujeres, ahorcados en sus casas, algunos en las calles en un último intento de lograr la libertad, aunque sea en el momento de su muerte. Policías y miembros del partido comunista disfrazados de astronautas, apalean a los que no siguen las órdenes, a los que ofrecen un mínimo de resistencia; los tratan como a perros, a los que también apalean hasta destrozarlos. Los ciudadanos graban con sus móviles estas escenas dantescas en un intento por denunciar al régimen, al que le da todo igual. En uno de estos vídeos vemos un barrio de altos bloques, de noche, las luces encendidas y miles de personas gritando gritando gritando sin parar. Un grito unánime, desesperado, estremecedor. De nada les sirve. Son millones de personas, pero están solas ante los bárbaros. Vemos niños separados de sus padres, hacinados en hangares sin nadie que los consuele. Estos matones los tienen atemorizados. El horror es algo cotidiano. ¿Qué va a salir de ahí? Una sociedad aniquilada. Volverán a trabajar, que para eso están, cuando se lo ordenen. Y punto.
Recordaremos que antes de la pandemia éramos personas que más o menos se enfrentaban a las injusticias, luchaban por un salario, se manifestaban por la subida de la luz, por el aumento del precio de la comida, de la casa; discutíamos las leyes que nos afectaban, como la de enseñanza. Pero eso era antes. Ahora, el miedo nos atenaza. Compraremos la fruta por unidades, no comeremos carne, el ayuno intermitente (para algunos total) será obligatorio, y nadie reclamará nada. El teletrabajo nos alejará de los compañeros, de los cafés; ni al cajero iremos, que el dinero será virtual, o sea, no existirá. Las ciudades quedarán para los ricos que puedan comprarse casas a precios astronómicos y coches eléctricos (los ecologistas siempre trabajando para ellos).
Todo eso estaba previsto. Ahí está la Agenda 2030. El coronavirus ha servido para adelantarla.
Si recordamos, a lo mejor somos capaces de enfrentarnos al mal.