NO matarás, y si matas…
Ángela
15-7-2022
Cuando era pequeña me llamaban la atención los 10 Mandamientos. Pensaba en cuánta violencia habría antes como para que tuvieran que sacar una ley en la que decían que no se podía matar, ni robar, ni levantar falso testimonio… en fin, cosas que, evidentemente, no se pueden hacer. Con el tiempo me di cuenta de que para mucha gente no era tan evidente que no se pudiera matar. Porque hay gente que mata.
Yo creo que no hay que matar; por eso, por mis principios morales, estoy en contra de la pena de muerte. Pero el que mata no tiene los mismos principios morales que yo, según ellos sí se puede matar, de hecho, matan; entonces los que matan tienen que admitir que si ellos pueden matar, los demás también pueden matarlos a ellos.
Que yo esté en contra de la pena de muerte, no quiere decir que no piense que hay gente que se merece la muerte. Muchos se la merecen. Todos los que matan impunemente.
Se merece la muerte el tipo que el 8 de mayo de 1999 asesinó a una joven, casi una niña, de 20 años. Apareció muerta en Torrejón de Ardoz, Madrid. La cosieron a puñaladas, 39 encontraron en su frágil cuerpo los forenses. Había salido de fiesta con sus amigos, y no volvió a casa. Por el ensañamiento estaba claro para la policía que el asesino tenía que ser una persona muy cercana a ella. Había dos sospechosos: su novio con el que discutió esa misma noche y que por ese motivo la dejó sola en mitad de la noche (o eso alegó), y un joven con el que había salido anteriormente.
¿Por qué pienso en este caso concretamente con todos los que hay? Porque conocía a la joven desde pequeñita cuando venía a ver a su abuela y jugaba en la calle con sus hermanos. Una niña delgadita, con un pelo negro precioso, alegre y vivaracha. Porque conocía a toda su familia desde que nací, desde que nacimos, su padre unos tres años después que yo, su hermana el mismo año que yo. Y nos seguimos viendo cuando iba, una vez a la semana, a veces, diariamente, con sus hijos a ver a la abuela y a los tíos. La última imagen que tengo de ella es el de una adolescente, porque seguía siendo delgadita, frágil, con su melena negra como el azabache.
Y de repente, el horror. Nunca se me olvidará cuando entrando al tanatorio su padre se dirige hacia mí y nos fundimos en un abrazo; el pobre sin dejar de llorar repetía incesantemente “me han matado a mi niña, me han matado a mi niña, me han matado a mi niña. ¿Cómo olvidar ese momento? Lo recuerdo como si lo estuviera viendo ahora mismo. Estábamos todos mudos, sólo el horror se veía reflejado en nuestras caras. Y el dolor, el dolor por la muerte de la niña y por esa familia que acababa de ser aniquilada.
En ese momento se fueron a la mierda mis convicciones morales. Habría matado a ese criminal con mis propias manos.
¿Ese hijo de la gran puta no se merece la muerte? Se la merece una y mil veces. El agravante en este caso es que su asesino no ha pagado, no ya con su vida, ni siquiera con la cárcel su horrible crimen. El tipo mata a una niña, destruye a una familia y él sigue su vida. Ahora, veintidós años después, probablemente tenga una hija de la edad de su víctima que no tiene ni idea de que su padre es un criminal. Pero siempre hay alguien que sabe cosas; seguro que hay uno o más de uno que sabe que el tipo es un asesino y en cualquier momento, cuando el remordimiento no le deje vivir, dará su nombre a la policía. Y entonces pagará su crimen. Mientras tanto, aunque aparentemente sea un tipo normal, abogado, camarero, o taxista, que sale los domingos con sus queridos hijos a pasear por el campo o al cine y los veranos a la playa, estará siempre pendiente de los periódicos por si la policía encuentra nuevas evidencias, o peor, siempre estará vigilante por si alguien le mete las 39 puñaladas que le dio a la pobre niña. No te vas a librar, hijo de la gran puta.
Este caso es extensible a todos los niños y niñas, y mujeres y hombres que han sido asesinados por criminales como éste.
Hace 25 años fue asesinado Miguel Ángel Blanco. Todos los medios de comunicación, prensa, radio y televisión nos lo están recordando. El asesinato de este joven de 29 años tampoco lo olvidaremos ninguno de los que vivimos aquellos días terribles. ETA lo había secuestrado y dijeron que lo matarían si el gobierno no cumplía sus exigencias. Mantuvieron en vilo a un país entero, hasta que cumplieron su amenaza. ¿No se merecen la muerte los que dieron la orden de matarlo y los que lo ejecutaron? Se la merecen una y mil veces. Como se la merecen los que mataron a veintiuna personas en el atentado de Hipercor en Barcelona; los que mataron a 12 personas en la Plaza de la República Dominicana en Madrid y así hasta casi 900 asesinatos cometidos por estos criminales. ¿Y todos esos crímenes para qué? ¿Para lograr la independencia del país que “los oprime”? (Unos “oprimidos” muy raros que siempre han vivido mucho mejor que los “opresores”, porque viven del chantaje permanente al Estado). No, todos esos crímenes les han servido para convertirse en socios del “gobierno opresor”. Las armas les han permitido acceder a las instituciones del Estado para, una vez dentro de ellas, cambiar a su favor las leyes y conseguir sus objetivos. Que lo consigan o no, depende de nosotros.
Me contaba un viejo republicano que en la guerra fusilaban a los ladrones.
“-¿Los fusilaban sólo por robar?, pregunté perpleja.
-¿Sólo por robar? Contestó él. En la guerra robar a otro soldado es gravísimo. Primero, porque pone en peligro la vida de su compañero si le roba las botas o la comida, por ejemplo. Y segundo, por la desconfianza que se produce entre los soldados y que puede acabar en rebelión. Un robo desestabiliza el regimiento y eso no se puede permitir en una guerra”.
ETA ha desestabilizado un país entero durante cincuenta años y Pedro Sánchez los acoge como socios para mantenerse en el poder.
Los asesinos tienen mucha suerte, la mayoría de la gente debe compartir mis convicciones morales y no las de los asesinos porque nunca han ido a matarlos (en España, porque en Irlanda los católicos y los protestantes se mataban los unos a los otros; ¿los raros son los irlandeses o nosotros?), con lo grandiosos que habrían sido sus funerales en las iglesias vascas, y no como los asesinados por ETA a los que les negaban un funeral normal y corriente.
Los 10 Mandamientos, aunque parezca mentira, siguen vigentes: no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, y si lo haces…