Mi mamá me mima
Ángela
16-4-2021
Ilustración: Los ojos de la sabiduría. María Cruz Martín.
Había sido una más de las discusiones sobre educación. “En España se estudia de memoria y hay que entender las cosas”. La que decía esto era una jovencita, que había estudiado en distintos países. El sistema noruego era mejor; allí no se estudiaba de memoria. El último curso lo había pasado en Madrid en un «instituto público muy bueno”, reconocía ella misma. La respuesta que le habría dado si fuera una persona mayor (la ministra de Educación Rottermeyer Celaá, por ejemplo, que dice lo mismo que la niña) habría sido bastante más contundente, pero era una niña tan buena, tan inteligente, tan estudiosa, tan interesada por todo que se contuvo. Se centró en la memoria. “La memoria es necesaria, tú puedes entender muy bien lo que te dice el profesor o lo que lees en un libro, pero si no lo guardas en la memoria ¿de qué te sirve? Un recién nacido no tiene ningún conocimiento. Aprende a comer, a andar, a hablar porque observa el mundo que le rodea y va guardando en su memoria gestos, palabras, movimientos que le servirán para manejarse en un mundo que se irá haciendo cada vez más complejo. La memoria es fundamental para el aprendizaje. Comprensión y memoria no son incompatibles, son complementarias. El conocimiento no es posible sin la una o sin la otra”. La niña se quedó pensando un momento y respondió: “es una forma de verlo interesante”.
Eso había pasado días atrás, pero no se había olvidado del tema.
Tendría unos seis años cuando empezó a ir al colegio (con los años los niño empezaron a ir antes al colegio; primero a los cuatro años y luego a los tres, los que tienen la suerte de no ir a guarderías). Recuerda perfectamente cuándo aprendió a leer y escribir. Primero las letras a, e, i, o, u y luego palabras y la primera frase: mi mamá me mima. Sólo entendía la primera parte de la frase: mi mamá. Y eso que raramente oía en su casa decir mamá. Su madre era mama. Mama tengo hambre; ¿mama has visto mi blusa roja?, decían las hermanas mayores. La segunda parte era un misterio: me mima. ¿Qué era eso? Nunca lo había oído, ni en su casa ni en la calle. Era imposible que lo entendiera, las madres entonces no mimaban, te cuidaban, te daban de comer, te lavaban, te peinaban, pero ¿mimar? Sólo entendió la frase completa mucho más tarde. Pero daba igual. Quedó fascinada con el sonido monótono y a la vez alegre del ma me mi y entendió que juntando las letras se podían decir cosas.
Cada cierto tiempo surge la controversia de la memoria en la enseñanza. Una controversia absurda y ridícula. La ministra Rottermeyer Celaá parece que no se ha enterado todavía, no sé si por falta de memoria o de capacidad de comprensión, o las dos cosas juntas, de que sin memoria no hay conocimiento. Dice en la presentación del enésimo sistema de enseñanza, tan novedosos como todos los anteriores que «ya no es suficiente el aprendizaje memorístico» y que hay que ir hacia un «aprendizaje competencial, de forma multidisciplinar de varias materias, a un trabajo colaborativo de los alumnos». ¿Alguna vez ha sido suficiente el aprendizaje memorístico? ¿La ministra de Educación dice eso y los profesores no la responden? O sea que hasta ahora los profesores no se molestaban en explicarles a los niños las matemáticas y las ciencia o la literatura, se limitaban a decirles a los niños “aprendeos esto de memoria” y ¡Allá os las apañéis! Pues no, ha pasado más de un mes de esas declaraciones y no han respondido; se manifiestan por cualquier cosa y no son capaces de defender su dignidad como profesores. Lo mínimo que se puede pedir a un ministro es respeto hacia el trabajo de los demás; para después decirle que en lugar de tanto psicólogo y pedagogo, se busque como asesores a maestros o profesores que son los que cada día se preparan sus clases para que los alumnos adquieran los conocimientos necesarios para su vida. Y de paso nos evitábamos escuchar cosas como “aprendizaje competencial” o “trabajo colaborativo”.