La tristeza de un desahucio

La tristeza de un desahucio

Ángela

30-6-2023

 

La mañana comenzó rara. De repente comenzaron a llegar coches de la policía municipal, de la guardia civil, una furgoneta y un taxi del que se bajaron cuatro personas que se dirigieron a una de las casas e intentaron en vano abrir la puerta del jardín. En vista de que no se abría, sin encomendarse a dios ni a su madre, una de las mujeres ordenó a los dos hombres que se bajaron de la furgoneta que rompieran la cerradura. Una vez rota, se adentraron en el jardín. Iban decididos a romper la cerradura de la puerta de la vivienda, pero algo les llamó la atención y les invitó a parar. Había ropa tendida y en teoría esa vivienda debía estar vacía. Los dueños de la casa, que no estaban en esos momentos, se libraron por los pelos de ver ultrajada su vivienda por esos señores. Tras alguna llamada, todos los visitantes no deseados salieron inmediatamente. Se habían confundido de vivienda. Si hubieran hecho su trabajo como debían, se habrían ahorrado romper la cerradura para entrar de forma ilegítima a una vivienda. De todo esto me enteré después, cuando me lo contaron los vecinos indignados, uno de los cuales les condujo a la casa correcta

El cortejo venía desde el fondo de la calle. No sabía quiénes eran pero como les acompañaba el vecino que hasta las últimas elecciones había sido teniente de alcalde, supuse que eran los nuevos empleados del Ayuntamiento. Iban charlando animadamente; les oí comentar que se habían confundido, pero no era culpa suya. Dieron la vuelta a la esquina y se pararon en una vivienda de la calle de atrás en la que, en ese momento, no estaban los dueños; de hecho hacía unos días que no los veía. Una de las mujeres (luego supuse que era la secretaría judicial), abrió la puerta. “Sí, estas son las llaves”, dijo en voz alta. Entró toda la comitiva en la casa y en unos minutos salieron de nuevo y se marcharon quedando solamente los hombres de la  furgoneta que colocaron una plancha de hierro tapando la puerta de entrada.

No sabía que había pasado, pero me lo imaginaba: estaba asistiendo a un desahucio. Al desahucio de mis vecinos, una pareja joven con un niño de doce años y una niña de tres, ¿Qué había pasado? Ni idea. Hacía unos días que no los veía. Pensaba que estaban de vacaciones, aunque me pareció raro porque faltaban unos días para que terminara el curso escolar. Pero ya habían acabado los exámenes y era posible que se hubieran marchado. Un par de semanas antes, venían de un pueblo cercano donde había jugado el niño al fútbol. Yo pasaba por su puerta con Calcetines cuando ellos se bajaban del coche. La niña, tan graciosa, me señalaba su casa y me decía: “mira, esta es mi casa, ven que te voy a enseñar mis juguetes”. “Ahora no puedo, otro día paso, ¿vale?” Recordando ese momento me duele el alma. La niña feliz de invitarme a su casa, esa que los padres ya sabían que habían perdido. La niña, inocente, no sabe que esa ya no es su casa, que a partir de ahora, su colegio, sus amigos, sus maestros serán otros. Su mundo será otro.

Los dos son trabajadores, excelentes vecinos. Había levantado la casa un constructor del pueblo pero ni se ceñía a los planos, ni se ceñía a los plazos, así es que el hombre, que trabaja en la construcción, tuvo que terminar la casa poco a poco. ¡Lo que ha trabajado ese hombre! Hasta el final; hace muy poco, todavía estaba levantando su valla.

No sé qué les ha podido pasar, pero también me lo imagino. Desde el parón del Covid, no se han recuperado. Meses sin trabajar (que él dedicó a terminar algunos arreglos del interior) y sin cobrar. Algo fueron cobrando, pero no se cobra lo mismo del paro que trabajando. Cuando retomaron el trabajo, seguramente ya estaban tirando de ahorros. Luego, les ha pillado la subida de la electricidad, como a todos, pero en zona de sierra el consumo es mucho mayor que en otros lugares y, además, inevitable. Los adultos se las apañan como sea, pero no puedes dejar a unos niños sin calefacción cuando la temperatura puede bajar a diez grados bajo cero en las madrugadas del mes de enero y febrero. Imposible. El precio de la gasolina también ha sido escandaloso. Este padre de familia se hacía un mínimo de 100 km al día para ir a trabajar, y otros tantos para la vuelta. Doscientos kilómetros diarios ¿Cuánto ha pagado este hombre de gasolina?, ¿trescientos, cuatrocientos euros al mes? A esto hay que añadirle la inflación galopante que ha convertido el pollo, las patatas, todos los alimentos básicos en artículos de lujo. Y ahora llega el plato fuerte: la hipoteca. La subida de las hipotecas les ha aniquilado, como a muchos otros. Ante la imposibilidad de hacerse cargo de todo, eligen dar de comer a sus hijos. Todos haríamos lo mismo. El caso es que la pareja que construyó con toda la ilusión del mundo, que estaban criando a sus hijos con todo el cariño y cuidando de ellos como hacen los buenos padres, han perdido su casa. No quiero ni pensar lo que están sufriendo.

Y va Meritxell Batet, presidenta del Congreso español,  y dice que “la mayoría de la población no tiene problemas para continuar pagando el alquiler”. ¡Una tía que cobra 236.710,04 € al año¡ , el doble de lo que cuesta la casa que ha perdido esta familia. Dineral que le pagamos nosotros, que sale de nuestros impuestos. Casi me callo porque lo que se me ocurre decir me puede llevar a la cárcel. Estos políticos viven de espaldas a la sociedad, en un mundo feliz, ajeno totalmente al mundo de los trabajadores, a la población en general. Viven a nuestra costa y todavía se permiten el lujo de insultarnos. Sólo le deseo a esta Batet y a todos los que han contribuido a la ruina de esta familia y de tantas otras, que algún día se encuentren en la puta calle.

Según contaban los del juzgado, el día de antes ellos mismos, mis buenos vecinos, habían entregado las llaves al juez. ¡Qué pena! Me los imagino a los dos hundidos, impotentes ante una orden judicial, entregando su casa a unos desconocidos que nada saben de sus hijos, de su trabajo, de su afán por salir adelante. ¡Qué triste es un desahucio!

Compártelo!

Deja un comentario

Scroll al inicio