El hombre (y la mujer) sin atributos
Ángela
23-6-2023
El hombre sin atributos de Robert Musil es una de las grandes novelas del siglo XX. Novela histórica en la que Musil refleja la decadencia del imperio austrohúngaro, pero además trata los cuestiones fundamentales del hombre, es decir, se trata también de una novela filosófica; el hombre (y la mujer) sin atributos actual entra en el campo de la psiquiatría.
Para acabar con la diferenciación entre hombre y mujer, hay que despojarlos de sus atributos.
¿Qué es una mujer?, le han preguntado insistentemente a la ministra de Igualdad, la inefable Irene Montero. Ella, por supuesto, no ha contestado en ninguna ocasión porque no lo sabe. Está perdida en una ideología sectaria que han impuesto desde instancias muy superiores. Las órdenes de estos grupos internacionales hay que cumplirlas. El nuevo orden quiere sembrar el caos para erigirse como la única referencia una vez que la sociedad no sepa ni qué es ni a dónde se dirige. La confusión a la que están llevando a los adolescentes, incluso a los niños pequeños en cuanto a su identidad como niños o niñas, tiene como finalidad destruir su capacidad para dilucidar quiénes son.
Estamos asistiendo al mayor ensayo social jamás realizado, con la aquiescencia de unos y la indiferencia de otros. Vemos niños de dos, tres, cinco años en espectáculos lamentables con drag queen como protagonistas, y los padres felices de que sus niños vean las contorsiones eróticas, por llamarlas de alguna manera, propias de cabaret.
¿Qué es una mujer? Una mujer, para estos sectarios, es una persona con falda y pelo largo, que tenga o no vagina es indiferente. Lo mismo ocurre con el hombre, no es necesario tener pene para ser un hombre. Basta con cambiarse el nombre.
La irracionalidad se ha apoderado de políticos y juristas que son los que imponen las leyes.
No es una broma. En estos días, una persona con el aspecto de lo que todos llamaríamos un hombre denuncia a la empleada de un comercio porque le llama caballero. No le insulta, no le abofetea, solamente le dice caballero. Ante el enfado del cliente, la empleada le pide disculpas que la tal Cristina no acepta porque “no se disculpó de corazón, sino por miedo a las consecuencias»; y la mujer sufre un ataque de ansiedad por lo violento de la situación y porque sabe que se arriesga a que la despidan del trabajo (parece que no ha sucedido) y a pagar una multa por decir lo que ve ella y vemos todos: un hombre. Pero no, no se puede decir que es un hombre porque él dice que es una mujer y, para demostrarlo, se ha puesto una falda y se ha cambiado su nombre de hombre por uno de mujer. Da igual la realidad, la realidad no existe. Ulrich, el personaje de El hombre sin atributos, declara: «Mi pensamiento es éste: la realidad siente un deseo absurdo de irrealidad». No se confundía Musil.
¿Qué consideración nos tienen a las mujeres? Para estos nuevos dictadores, las mujeres somos personas con falda. Tantos años de feminismo para acabar siendo una falda. En el caso de los hombres es lo mismo. Margarita decide llamarse Manolo, se corta el pelo, se pone pantalones y ya es un hombre. ¿Han reducido la condición humana a una cuestión de vestuario? Sí y no, porque un hombre con aspecto de leñador, con pelo en pecho y barba tapándole el ombligo, también es una mujer porque así lo ha decidido. Y si tú y la humanidad entera ve un hombre, este tipo te puede denunciar si lo dices en voz alta. Y puedes acabar pagando una multa descomunal o en la cárcel porque así lo ha decidido la ministra del ramo.
El asunto es porqué admitimos ir contra la realidad simplemente porque a alguien se le ha ocurrido una ley absurda.
Si un hombre se considera mujer, allá él. Es asunto suyo. Lo que no pueden es hacernos comulgar con ruedas de molino al resto de los humanos .
Mi amiga Maripuri dice que ha decidido ser alta y delgada, y que así la tiene que ver todo el mundo, y “si alguien osa decir que soy bajita y gorda, los voy a denunciar”. Se carga de razones y espera que la justicia admita su denuncia y castigue a esos osados. Ya le he dicho que existe la posibilidad de que el juez se eche a reír en su cara y la mande a su casa con cajas destempladas.