Ángela
8-1-2022
Del miedo a la sumisión
Me hablaba hace un tiempo una amiga de un ensayo realizado sobre ratones que consistía en darle comida a un ratoncillo cuando hacia lo que tenía que hacer (darle a una palanca, o girar una rueda, algo así). Si no lo conseguía no había premio. Así, varias veces. El ratoncillo aprendió a hacerlo todas las veces bien para conseguir su comida. Pero el ensayo fue variando. Cuando hacía las cosas mal no le daban comida, cuando las hacía bien, algunas veces le daban, otras no. Al cabo de un tiempo el animalito ya no sabía cuándo le darían comida aunque lo hiciera bien y ya no lo intentaba más y se dejaba morir. Había perdido la esperanza. Habían roto su capacidad de resistencia.
Esto venía a cuento con la situación que estamos viviendo con el coronavirus. Porque esto comenzó con el palo y la zanahoria: te encerramos, pero si te portas bien, te dejamos salir en unos meses. Todo el mundo aguanta sin rechistar el confinamiento, esperando que al salir se pueda hacer una vida normal. Pero nada ha sido normal.
Con la mascarilla, lo mismo que con el ratoncillo. Ahora no es obligatoria, ahora sí; te obligamos a ponerte la mascarilla en interiores y exteriores; ahora ya no es necesaria en exteriores; dos años después volvemos a la obligatoriedad de la mascarilla. ¿Seguimos con el palo y la zanahoria? No, ya se ha perdido la capacidad de resistencia. La mayoría de la gente se la pone sin rechistar. Si las autoridades lo dicen, se hace, sin pedir explicaciones.
Las vacunas iban a salvarnos. Primero una vacuna, luego dos, bueno, pues nos ponemos dos, pero tampoco han funcionado; ahora tres, y gente con las tres vacunas se sigue contagiando. Lo normal es que todo el mundo pidiera explicaciones a las autoridades. Si nos vacunamos, ¿por qué nos contagiamos? Pues no, no se piden explicaciones. Se contagian entre vacunados, pero la culpa es de los no vacunados. Admitirán todas las vacunas que les digan.
Para conseguir llevar a cabo el ensayo, hacen falta distintos sujetos.
Políticos. Salvo contados políticos, en ningún momento han sabido manejar la pandemia. Lo único que han hecho es prohibir y obligar, saltándose a la torera las leyes que rigen el estado de derecho, cada vez que les ha venido en gana. El control de la población ha sido y sigue siendo total, siguiendo el esquema de coerción de Biderman paso a paso:
Aislamiento. Confinamiento total durante meses; anular la capacidad de reacción frustrando “todas las acciones que no estén de acuerdo con la sumisión”; debilitar al ciudadano tanto física como mentalmente; amenazas constantes provocando “ansiedad y desesperación” a tal extremo que el número de suicidios en el año 2020 ha sido el más alto de la historia desde que se tienen datos; “indulgencias ocasionales”: ahora te puedes quitar la mascarilla (un alivio, todos contentos), ahora te la vuelves a poner, porque lo digo yo; “demostración de omnipotencia”, el que manda soy yo, no puedes resistirte a mis órdenes, para eso tengo a la policía que te pondrá multas o peor, entrará en tu casa por la fuerza si hay una reunión de personas superior a la establecida; degradación (el ciudadano desaparece, pierde la capacidad de resistencia). La tabla termina con la imposición de “demandas triviales”, las personas aceptarán todas y cada una de esas imposiciones por ridículas que parezcan (una vacuna, dos tres cuatro, cinco, las que sean, la mayoría de la gente aceptará todas, aun sabiendo que no funcionan porque los vacunados contagian y se contagian como los no vacunados, o más, y tienen que seguir con mascarilla como si no se hubieran puesto ninguna). La sumisión es total.
Periodistas. Para conseguir la sumisión de toda la población hace falta que la información/desinformación llegue a la población, y ahí están los periodistas difundiendo la información que le interesa al gobierno. Se están luciendo los periodistas. Nunca se ha producido una situación como ésta. La mayoría de los periodistas ni siquiera se han limitado a pasar la información que les llega desde el gobierno; se dedican a insultar a los ciudadanos que ponen en duda las medidas tomadas contra la libertad de movimientos, la libertad de expresión (si algún entrevistado dice algo en contra de la información gubernamental, le cortan la intervención para después insultarlo). Nadie puede decir nada en contra de la versión oficial, si lo hace será tachado de negacionista, aunque sea un investigador laureado, sólo se deja hablar al que apoya las acciones del gobierno. Cuando no insultan directamente: bebelejías, imbéciles, egoístas, ultraderechistas, irresponsables. Ver, oir, leer a los periodistas pedir la vacunación obligatoria, que se impida a los no vacunados entrar en lugares públicos, y otras barbaridades de esta índole, es la mayor vergüenza de un sector ya bastante desprestigiado desde hace años por su adhesión a uno u otro partido.
Científicos. Los científicos son los últimos en aparecer en la escena pública. Hasta el coronavirus estaban en su mundo, bueno o malo, pero fuera de la vista de la gente. El coronavirus los ha puesto en evidencia y la visión no puede ser más negativa. Son los más acérrimos defensores del confinamiento de la población, de la vacunación obligatoria, cuando ellos mismos decían que con el 70 por ciento de la población vacunada se conseguiría la inmunidad de rebaño; vamos por el 90 por ciento en España y siguen diciendo que los no vacunados no deberían ser atendidos por la sanidad pública, que hay que llevar la mascarilla en interiores y exteriores; que los niños deben ser vacunados, cuando ellos mismos dicen que a los niños no les afecta el coronavirus (no hace falta que lo digan, ya lo sabemos). Son más dictadores que los políticos, y ya es decir. No han acertado ni una desde el comienzo de la pandemia. Decían que cualquiera que pasara el coronavirus quedaría inmunizado, ahora resulta que no, que aun habiéndolo pasado hay que ponerse todas las vacunas que se les ocurra. Defienden vacunas sin los ensayos suficientes, como lso que se realizan en cualquier fármaco, para ser aplicado a la población. Saben que las vacunas tienen efectos secundarios inmediatos graves en muchos casos (no sabemos, ni nosotros ni ellos, cuáles pueden ser los efectos secundarios a medio y largo plazo) pero ahí siguen, insultando, ellos también, al que no quiere vacunarse. Esperan que nadie les pida explicaciones por sus fallos, pero sí, hay que pedirles explicaciones y responsabilidades por su mala praxis.
Todos ellos han conseguido romper la capacidad de resistencia del ciudadano. Han roto las relaciones familiares, impidiendo a las familias reunirse en Navidad. Una tarada viróloga o no sé qué, de las que están todo el día en la tele, decía que no se cantaran villancicos en las cenas de Navidad. Por cierto, qué van a hacer todos estos “expertos influencers”, como el tipo del trapo en la cabeza que sale en la tele incluso en sus horas de trabajo, cuando termine el coronavirus?
Porque el coronavirus pasará, pero el daño hecho es tan grande que van a hacer falta años para recuperarse la población, si es que algún día se consigue.