De ciudadano a siervo
Desde mi guarida
Ángela
15-5-2020
El pasado 20 de abril la Guardia Civil detuvo a un hombre de 40 años en Villamediana de Iregua, a unos seis kilómetros de Logroño, por desobediencia grave al saltarse en 16 ocasiones el confinamiento. Ese mismo día un juez de Logroño, de donde era oriundo el detenido, tras un juicio rápido le condenó a prisión provisional, comunicada y sin fianza. ¿Tan grave era el caso como para mandarlo a la cárcel? ¿Cuántos delincuentes con decenas de detenciones son puestos en libertad inmediatamente? Un hombre que se salta el confinamiento tantas veces, arriesgándose a multas importantes, está claro que no soporta estar encerrado en su casa; los responsables tendrían que haberse dado cuenta de que difícilmente soportaría estar encerrado solo, aislado, en una celda de castigo, porque ahí es donde lo metieron. No le dejaron salir al patio en ningún momento. No puedo ni imaginar el sufrimiento de un hombre acostumbrado a estar todo el día en el campo, al aire libre, con sus ovejas, metido en una celda catorce días. ¿A todos detenidos se les somete a un régimen carcelario brutal? Prueba de esa brutalidad es que este pobre hombre no pudo soportarlo y se ahorcó. Espero que la familia denuncie su caso y que la justicia funcione como debe, porque no puede quedar impune la muerte de una persona por saltarse el confinamiento, sea por el motivo que sea. No podemos dejar nuestras vidas en manos de gente tan inepta e irresponsable.
Tan terrible como este caso, aunque no haya terminado en muerte (que sepamos), es el caso de Dario Musso, un joven italiano de 33 años, que megáfono en mano se paseaba por las calles de Ravenusa (Sicilia) en su coche diciendo a la gente que saliera de su casa, que no se plegara a las órdenes del gobierno por el coronavirus. La gente lo veía desde sus balcones y todos ellos, testigos del momento, han declarado que se le veía perfectamente lúcido. Los carabineros rodearon el coche, le hicieron bajar y lo tiraron al suelo. Llegó una ambulancia de la que descendieron unas cuantas personas con batas y se lo llevaron. Los vecinos grabaron ese momento. Se oyen sus comentarios diciendo que eso no puede ser.
Pero sí pudo ser. Lo detuvieron y lo ingresaron en un psiquiátrico, lo tuvieron atado a la cama las veinticuatro horas del día, sedado, y alimentándolo con un catéter. Durante cuatro días los familiares no pudieron ni siquiera hablar con él. A pesar de las innumerables llamadas que realizaron, no le dejaron ponerse al teléfono. Sólo al cuarto día su hermano, abogado, consiguió tener una breve y penosa conversación telefónica. Se oye su voz débil y confusa; casi no se entiende lo que dice. Existen vídeos de la detención y audios de todas las llamadas de su hermano al hospital hasta conseguir hablar con él. No hay más información sobre el caso.
Por otra parte, de nuevo en España, hemos visto cómo la policía entra en una casa, sin autorización judicial, y pide la documentación a las personas que en ella se encuentran. Es una ilegalidad absoluta, y la policía tiene que saberlo. Se creen que con la disculpa del coronavirus pueden hacer lo que quieran. No pueden, y desde luego, nosotros no podemos consentirlo.
Es increíble que en países con un sistema democrático puedan ocurrir estas cosas. Con el coronavirus estamos descubriendo que el Estado puede hacer lo que quiera con nosotros porque, cuando el miedo se instala en la sociedad, la capacidad de los ciudadanos para responder es nula. Lo hemos descubierto nosotros, pero, sobre todo, lo ha descubierto el poder. Han descubierto el poder del miedo. Han doblegado a los ciudadanos, mejor dicho a los siervos, ya no somos ciudadanos. Cuando un gobierno se salta las leyes a la torera (imponiendo un estado de excepción llamándolo de alarma, imponiendo el toque de queda, secuestrando a la población, ingresando en un psiquiátrico a los disidentes, metiendo en celdas de castigo a una persona sin ningún cargo de gravedad, entrando en nuestras casas sin orden judicial …), y la arbitrariedad del Estado se convierte en norma, los derechos del ciudadano han desaparecido.
Pintura: El prisionero, 1878, Nikolai Alexandrovich Yaroshenko (Rusia, 1846-1898)