La profundidad del mar

La profundidad del mar

Ángela

28-4-2017

 

Estoy aquí, al borde del abismo. Sergio me dice que me adelante un poco más y doy pequeños pasitos con las aletas. El recorrido en barco ha sido corto y no me he mareado, que era uno de mis temores; así es que el primer obstáculo ya lo he pasado. No ha sido un recorrido largo. Ahora tengo que saltar desde la pequeña plataforma.
–  Mira al frente, no mires hacia abajo, me dice Sergio.
Y yo miro al frente para inmediatamente después mirar al fondo.
– A la de una –espera un momento.
-A la de dos –espera otro momento.
-Y…ya estoy dentro,
Me dirijo al cabo (una gruesa cuerda amarrada al barco por la que tengo que descender).
Sergio me hace la señal de OK y yo le respondo igualmente.
Ahora agarrada al cabo comienzo el descenso, pero cuando me asomo veo a los compañeros que ya están abajo y la profundidad me parece enorme. Aterrada vuelvo a subir sin soltarme del cabo.
En esta ocasión es Jose, el otro monitor, el que se acerca y  me dice que me tranquilice, que no pasa nada.
–    ¿Qué no pasa nada? Es demasiado profundo para mí, le digo casi gritando.
–    No, no es muy profundo, no te preocupes.
Y de nuevo comienzo a descender. Miro al fondo, luego a él, así dos o tres veces hasta que decido soltar el cabo, y comienzo a descender. Uf, ya estoy abajo, y como por arte de magia el miedo ha desaparecido. Comienzo a navegar al lado de Víctor, mi compañero de aventuras. Somos ocho compañeros y tres guías. ¡Estoy dentro y navego como los demás! Se forman dos grupos. Dos van a hacer profunda, es decir, van a descender por debajo de 21 metros. Su guía es Alex, un hombre estupendo, como Sergio y Jose. Rodrigo no ha podido venir, se ha puesto malito, con gastroenteritis. Y lo siento, porque da gusto verlo en el agua, tan joven, tan ágil, tan tranquilo y al mismo tiempo tan pendiente de todo.

Ahora sí, ahora veo el mundo que me rodea. Un banco de peces pequeñitos encima de nuestras cabezas. ¡No me lo puedo creer! Y más adelante otro ¡Qué bonito! Nos movemos muy despacio, por encima de posidonias y gorgonias que se mecen suavemente con el movimiento del agua. Cruzamos un pequeño espacio entre las rocas y aparece un nuevo abismo, pero ya no tengo miedo, sólo perplejidad. Estoy en otro mundo. Y estoy volando. Flotar es como volar en el agua. No hay tierra bajo mis pies, mejor dicho, hay pero está muy abajo.

Veo una estrella de mar. Tan cerca que podría tocarla. Es preciosa, de color naranja y está completamente estirada sobre una roca. Le doy un toque a Víctor y se la señalo. Nos quedamos los dos un momento mirándola ensimismados. Seguimos avanzando y vemos peces de varios colores muy vivos. Y me doy cuenta de que estoy sonriendo; no sólo eso, digo: qué bonito, así con palabras, aunque apretando los dientes. Me pregunto por qué no trago agua. Cuando aparece un nuevo banco de peces, vuelvo a decir sonriendo, ¡qué graciosos! No sé si los demás hablan, porque no se oye nada dentro del agua. El silencio es total, sólo oigo mi propia respiración a través del regulador. Respiración bastante acompasada ya, por cierto.

Cuando me estaba equipando me preguntaba qué hacía yo metida en este lío. En principio sólo acompañaba a la piscina un día a la semana a Rodrigo, mi sobrino ¡Qué diferencia, qué fácil es para él! Echábamos la tarde, él en el buceo y yo en la biblioteca del pueblo, y en los centros comerciales cercanos. Sólo después de meses pensé que ya que iba, podía aprovechar y aprender yo también. Me lo pensé mucho porque aunque me encanta el agua, le tengo bastante miedo. Desde que era pequeña no he vuelto a tirarme a la piscina ni de cabeza ni de pie. Y nunca he podido hacer snorkel. Me agobiaba en cuanto me ponía la máscara, antes incluso de entrar en el agua. Todo tiene explicación. Cuando tenía 11 o 12 años estuve a punto de ahogarme en el mar y supongo que de ahí vendrán esas fobias. Habíamos aprendido a nadar todos los hermanos en las balsas de riego del pueblo cuando íbamos de vacaciones. Eran muy grandes y profundas y el agua estaba helada pero nos tirábamos de cualquier manera, de pie, de cabeza, haciendo tirabuzones. A todos no encanta el agua. Ese día fuimos a Mazarrón toda la familia. Mi hermana Aurora, que ya estaba dentro del agua, hacía señales desde lejos y yo pensé que me llamaba. Iba andando porque el agua me llegaba por las rodillas, poco más. Cuando llegué casi a su lado la tierra desapareció bajo mis pies. Todavía me acuerdo de la sensación de hundimiento. ¡Qué angustioso! Me veo a mí misma dando manotazos sin sentido al agua. Pero sobre todo recuerdo a mi hermana empujándome hacia arriba una y otra vez. Intentaba salvarme. Nos ahogábamos las dos pero ella intentaba salvarme a mí. ¡Cómo no me voy a acordar de eso! Nos sacó Claudio su novio por entonces y marido después; no sé como lo consiguió, supongo que porque era muy fuerte. Agradecimiento eterno es poco.
A pesar de eso el agua me encanta. Me puedo pasar horas dentro del mar, de un río, cualquier sitio con agua me sirve. Y no me importa el frío. Me he bañado en invierno en el mar, o en ríos de montaña, o en pantanos.  Todo me vale.
Pero esto es otra cosa.

Según vamos descendiendo el agua está cada vez más fría. Después de un rato echo de menos el agua tibia de antes, aunque tampoco me importa mucho. Estoy feliz. Sigo volando despacito. Contemplo el mundo que hay a mis pies. Se ve todo con una claridad extraordinaria. Es un mundo fantástico, un  mundo de silencio y de luz. ¡Qué belleza!

Seguimos nuestro lento vuelo. Nos miramos de vez en cuando y continuamos nuestro viaje por esos vericuetos estrechos para aparecer en otros espacios profundos. Los peces también se mueven con parsimonia, o eso me parece a mí.

Sergio nos hace señas para subir. Se me ha hecho corto, aunque ya arriba, me he dado cuenta de que hemos estado bastante tiempo dentro del agua.

Cuando regresamos al barco, yo subo la primera, con bastante dificultad porque el equipo pesa un montón. La primera vez que entré al mar estaba eufórica, había hecho los ejercicios necesarios para aprobar el OWD: quitar y ponerse la máscara, navegar sin ella, donar aire al compañero ¡lo había conseguido! Pero estaba tan preocupada por hacer todo bien que casi no pude fijarme en otra cosa. Ahora sí, ahora he disfrutado cada segundo dentro del agua. “Hoy vas a disfrutar, es como estar dentro de un acuario”, me ha dicho Sergio cuando estaba preparando el equipo. Ahora no estoy eufórica, de hecho estoy en silencio y según van saliendo los compañeros tampoco dicen gran cosa. Volvemos casi en silencio. Supongo que están tan emocionados como yo. Sergio me mira y me guiña un ojo desde el fondo, yo le sonrío. Sabe que ha sido una experiencia extraordinaria para mí. ¡Y vaya si lo ha sido! Una experiencia inolvidable.

Agradecimientos: a Rodrigo por animarme siempre y porque es el motivo por el que he comenzado esta aventura; a Sergio, Jose y Alex por acompañarme en este momento inolvidable; a David por su dedicación en la piscina, a Bárbara por la tranquilidad y la paz que transmite y a Jessi por su buen trabajo y su simpatía; en fin  a todo el equipo de solobuceadores por su profesionalidad y buen hacer. Gracias.

 

Compártelo!

Deja un comentario

Scroll al inicio