Un largo viaje
Dolores del Paso
Suena el despertador. Las seis. Se levanta lentamente. Le cuesta madrugar. Toda la vida madrugando y todavía no se ha acostumbrado. Se acuesta tarde, siempre lo ha hecho, por eso este momento es tan difícil.
Desayuna un café con leche y una magdalena como mucho, le cuesta comer a esas horas. Se ducha, se viste, todo lentamente. Esto no ha sido siempre así. Hasta hace un tiempo estos gestos cotidianos los hacía deprisa. Ahora ya no. Es uno de los síntomas de su desgana. Todo es lento.
Sale a la calle, coge el coche. Su trabajo la espera.
Su marido ha salido antes. Madruga más que ella, pero a él no le importa, o al menos eso parece.
Hace 30 años que viven juntos. No han tenido hijos. Pertenecen a una generación extraña que pensaba que la familia era algo inútil, aburrido, cuando no pernicioso porque coartaba su libertad. Es mucho decir lo de generación, eso creía ella, pero en realidad la mayoría de sus amigas tenían hijos. Ya casi en la cuarentena, se quedaron prácticamente embarazadas todas a la vez. Ahora tenían que lidiar con hijos adolescentes, lo cual no era muy envidiable.
En fin, ya está en la calle. Se dirige al mismo sitio desde hace 20 años. Al principio cambió varias veces de trabajo pero desde que llegó a esta empresa no se ha movido.
No es un trabajo difícil. Una pequeña editorial. Edita libros de historia. Selecciona los libros, los corrige y si es el caso, los traduce del francés o del inglés. Hace años era interesante, ahora es simplemente un trabajo. Un trabajo cómodo.
La gente es llevadera. No ha tenido grandes conflictos con los jefes ni con los compañeros.
Nada especial.
Esta mañana el cielo está negro. En una ciudad tan luminosa, es raro un día tan oscuro. Llueve incansablemente desde hace dos días.
La editorial está en las afueras, tiene que cruzar la ciudad y el tráfico es infernal, pero no lo lleva mal. En cuanto sube al coche pone la radio y escucha las noticias. Esta mañana prefiera escuchar música, raramente pone un CD, prefiere las emisoras musicales, así no tiene que pensar.
Según sale de la ciudad van apareciendo los chalés unifamiliares. No le gustan estas urbanizaciones, con todas las casas iguales, los mismos jardines y nadie en la calle. Son como cementerios. En uno de estos chalés está la editorial. Tiene que coger la siguiente salida de la autovía pero no lo hace, sólo tras varios kilómetros se da cuenta de que ha dejado la salida atrás. Pero sigue adelante.
Una hora, dos horas más conduciendo. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está?
Ve una gasolinera y baja para echar gasolina y tomar un café. Sólo hay un par de personas.
– Buenos días
– Buenos días
– ¿Qué desea?
– Un café solo
– ¿Churros, porras, tostadas?
– No, gracias. Sólo un café.
Mientras lo toma mira hacia la calle. A través de las cristaleras ve cómo cae el agua, en un paisaje frío. Ni ciudad ni campo. Está en las afueras. ¿En las afueras de dónde? Las afueras son tierra de nadie, todas son iguales. Tierra árida, hierbajos, caminos a ningún sitio. Tiene que haber una población cerca, pero no pregunta, paga y se va.
Sigue conduciendo, en la radio suena Back on the chain gang de The Pretenders. No sabe cuantos kilómetros ha recorrido cuando aparece un pueblo metido en la montaña. Hasta ahora todo era llano, casi ni árboles ha visto. Sólo cereal. No es el paisaje más bonito, pero rompe con la rutina. Sigue lloviendo y eso le hacer parecer más bonito de lo que es.
Son casi las doce y no hay nadie por las calles. El pueblo está vacío, parece abandonado. Hay una docena de casas. Ve una panadería que también es bar. Es el único comercio. En realidad es una aldea, con un pequeño comercio le sobra.
– Buenos días
– Buenos días, ¿qué le pongo?
La mujer la mira con cara de curiosidad. Una mujer sola, en un día tan oscuro y con esa lluvia, le llama la atención.
– Pues una cerveza y algo para acompañarla. Un pincho de tortilla.
– Una lata de bonito, o algo así, o unas aceitunas es todo lo que tengo.
– Unas aceitunas.
Era la primera vez que estaba en ese lugar. Nunca había salido de la autopista en esta zona. Parecía otro país, otro mundo.
Se toma lo pedido sin más comentarios. Paga y sale de nuevo. No coge el coche. Echa a andar por las calles. La lluvia se ha transformado en llovizna. No hay nadie. Un sitio raro. Varias casas sin señales de vida. Supone que viven viejos que no madrugan.
Una persiana se levanta y, efectivamente, una señora mayor mira por la ventana. Le hace un gesto de saludo, pero la señora corre las cortinas. Un poco más allá
una puerta se abre y sale otro viejo. Le da los buenos días, pero el viejo no contesta; la mira entre asustado y curioso y se mete de nuevo en la casa.
Sale del pueblo y se adentra en un pequeño bosque en penumbra. Es pequeño porque a través de los árboles se ve la luz del tímido sol al fondo. Cruza el bosque y se encuentra con una pequeña casa de la que sale humo por la chimenea. La lluvia arrecia y se dirige hacia la casa con la intención de protegerse. Mira por la
ventana y ve a un hombre maduro que toma un café mientras lee un libro. El tipo levanta la vista y la mira fijamente. Ella retrocede ante su intensa mirada y al hacerlo tropieza con algo y cae al suelo. El hombre abre la puerta y la ayuda a levantarse.
– ¿Se ha hecho daño? Pase, está mojada.
Le señala el baño
– Se ha manchado de barro. Puede lavarse. Tiene toallas limpias en la estantería.
Se mira en el espejo y ve una mujer desconocida, despeinada, con ojeras. Se lava y sale inmediatamente. Ve en la mesa dos tazas de café.
– Siéntese y tómese una taza de café. Está caliente.
El extraño le recuerda a alguien
– ¿Cómo se llama?
– Manuel
Lo dice de forma tan automática que piensa que es mentira, pero ¿qué más le da?, ¿acaso le importa?
– ¿Y usted?
– Camen.
No sabe por qué le ha dado un nombre falso, pero supone que a él tampoco le importa.
– ¿De qué huye?
– ¿Por qué piensa que huyo?
– Por que si no, no habría llegado hasta aquí.
– ¿Aquí sólo llegan los huidos?
– Sí
– ¿De qué ha huido usted?
– De la vida
– ¿De la vida?
– Sí, de la vida que no soportaba.
– ¿No le gustaba su vida?
– No
– ¿Y no echa nada de menos?
– No
– Entonces, ¿por qué me pregunta? Un hombre que ha abandonado el mundo por voluntad propia no debería ser curioso.
– Y no lo soy. Le pregunto porque está aquí. Sólo por eso.
– No estoy segura de haber huido. Simplemente he puesto el coche en marcha y he llegado hasta aquí; puedo regresar en cualquier momento.
– ¿Para qué?
Iba a responder, pero se dio cuenta de que no tenía respuesta a esa pregunta.
Acabó el café, cogió su bolso y se dirigió a la puerta.
– Adiós y gracias
Cerró la puerta tras de sí. Se imaginaba al hombre viéndola marchar a través de la ventana.
Cruzó el bosque, cruzó el pueblo sin mirar atrás y vio su coche aparcado. Lo puso de nuevo en marcha y enfiló la carretera en dirección contraria a la gran ciudad. Se sonríe porque en ese momento empieza a sonar en la radio Wonderful World de Sam Cooke.
The Pretenders – Back on the chain gang