Alejandra C-Están muertos pero aún no lo saben

Están muertos pero aún no lo saben

Alejandra C.

24-2-2017

 

Cuando lo veo marcharse tan ufano, casi me da pena. Me ha venido a la cabeza la frase tan manida de las películas de serie B: está muerto pero aún no lo sabe.

Hemos tenido un encontronazo por un asunto bastante nimio. Al salir de la M-30 me he encontrado con el semáforo en rojo. Como me daba el sol de frente no me he dado cuenta de que el semáforo estaba en verde para los que giramos a la derecha. El tipo de la furgoneta ha empezado a pitar; al principio no pensaba que fuera conmigo, cuando al fin me he dado cuenta le he pedido disculpas con un gesto pero el semáforo ya se había puesto en rojo. El tipo ha seguido pitando sin parar en ningún momento. Por fin se ha puesto el semáforo en verde y he arrancado, y él detrás de mí. Se me ha pegado al coche y ha empezado a perseguirme. En su persecución me ha ido empujando a la derecha hasta tal punto que he rozado varios coches aparcados hasta que he podido parar. El tío se ha bajado y directamente me ha sacado del coche, me ha pegado un puñetazo en la cara y me ha tirado al suelo. Gilipollas, eres gilipollas, me gritaba. Se ha montado de nuevo en su furgoneta y se ha largado. Me he levantado como he podido y me he quedado mirándolo. Me temblaban las piernas. He cogido la matrícula, aunque no lo voy a denunciar. Para qué, si ya está muerto.

¿Cómo puedo estar tan segura de eso? Porque no es la primera vez que me ocurre algo así.

No hace ni un año, también por un asunto de tráfico, me vi involucrada en una situación muy violenta.

Cruzando por un paso de peatones, un Mercedes venía a tal velocidad que le hice un gesto con las manos como diciendo “más despacio, más despacio”. El tipo frenó en seco, porque si no me atropella. Bajó la ventanilla del copiloto y yo me acerqué pensando que me iba a pedir disculpas, pero no, lo primero que dijo fue “qué dices tú, gilipollas” ¿Encima de que casi me atropellas me insultas, imbécil? Cogió del asiento del copiloto una especie de bolígrafo grande negro (cuando fui a denunciarlo la policía me dijo que era un kubotán, un arma prohibida. Se lo habían requisado) y cogiéndolo a modo de puñal me dijo: “Te voy a meter esto por un ojo”. Estás loco, loco, le grité y me di la vuelta para seguir mi camino. Arrancó bruscamente, cruzó la calzada y se subió a la acera, se bajó y se tiró sobre mí lanzándome puñetazos. Alguien avisó a la policía y al SAMUR. De allí me fui directamente a la comisaría a denunciar a ese miserable. A los dos meses más o menos llegó la citación para el juicio en unos quince días. Tres días antes de la fecha prevista recibo una carta del juzgado en la que se me informa de que se anulaba el juicio porque el tipo había fallecido unos días antes. Fue muy chocante, la verdad.

Unos meses después me puse a buscar una casa con idea de comprar. Fui a ver una que me pareció interesante. No muy grande, pero suficiente para mí, y por un precio que me permitía hacerme cargo de la hipoteca. La mostraba un tipo de unos setenta años. Me contó toda la historia. Era la casa de una tía suya que había fallecido recientemente y eran varios sobrinos los herederos. Estaban muy interesados en venderla, ninguno la quería porque todos tenían casa en el pueblo. Quedamos en que volvería para verla con algunos familiares y así lo hicimos la semana siguiente. Le confirmé que la quería y días después me envió la documentación que le pedí y comencé los trámites para pedir la hipoteca. Cuando le volví a llamar no me cogió el teléfono, ni me respondió a los correos que le envié. Quitaron el cartel de venta, y me entero de que no la vendían y que nunca fue su intención venderla, que todo había sido un teatro para ver el precio del mercado porque se la quedaba uno de los herederos.

Me sentó fatal porque ya la tenía incluso decorada en mi cabeza. Todavía no se me había pasado el disgusto cuando me dicen que el tipo había muerto de un infarto. Descanse en paz.

Y seguí buscando casa. Lo curioso es que, aunque parezca mentira, esto mismo me volvió a pasar por segunda vez tres meses después. Esta vez me sentó peor todavía, porque me gustaba más la casa, Y porque fue rocambolesco. Según la persona de la inmobiliaria, los tipos celebraron con cava la venta la misma tarde que les dije que la quería. Enviaron toda la documentación y reinicié los trámites con el banco. A la semana llaman de la inmobiliaria diciendo que ya no la venden. Otra decepción, qué le vamos a hacer. Tres días después llaman de nuevo. Que sí, que la venden, le dijo la mujer llorando, que por favor me llamaran a ver si seguía interesada. Quedamos para firmar al día siguiente. Allí sólo estaban los de la inmobiliaria con cara de cera. Media hora antes había llamado el tipo diciendo que ya no la vendían. De esto no han pasado ni dos meses y  el tipo está muerto, parece que de un infarto.

Esto me ha dado que pensar ¿Es casualidad o hay algo misterioso en estos hechos? Así es que echando la vista atrás he intentado recordar situaciones que me hubieran violentado anteriormente. Pensando y pensando me han venido a la cabeza cosas que ya había olvidado. La memoria es selectiva, y los malos momentos desaparecen al cabo del tiempo como por arte de magia. Pero si escarbas un poco salen a la luz de nuevo como si acabaran de ocurrir. Aparecen ante ti con todo lujo de detalles.

Y de repente surge esto que en su momento me dejó consternada bastante tiempo.

Tendría unos diez o doce años cuando una tarde de invierno me mandó mi madre a comprar bonito en escabeche. No era muy tarde, pero como en invierno oscurece tan pronto, era totalmente de noche. Tenía que bajar una calle bastante larga hasta llegar al mercado. Pedí el bonito y me lo echaron en la tartera de aluminio que llevaba para que me echaran el bonito con su salsita. Ahora te lo dan en una tarrina de plástico, pero entonces no existían, tenías que llevar tú un cacharro. Volvía a casa no muy tranquilamente porque no subía nadie por la calle empinada, así es que iba bastante deprisa y canturreando para darme ánimos porque me daba un poco de miedo. Cuando estaba casi arriba de la cuesta apareció por la esquina repentinamente un tipo que se abalanzó sobre mí y comenzó a meterme mano. No podía quitármelo de encima, me empujaba, casi me tira, intenté gritar, pero el cabrón me tapaba la boca y comencé a golpearle en la cabeza con la tartera (¡bendita tartera!, creo que todavía anda por ahí), con todas mis fuerzas, y no debieron ser pocas, porque al final se marchó corriendo. Cuando llegué a casa solté la tartera en la cocina y me fui al baño a llorar. Lloré y lloré, pero no le dije nada a nadie porque me daba vergüenza.

Sabía quien era. Lo había reconocido. Era un chico tres o cuatro años mayor que yo. Vivía dos calles más allá de la mía, con su madre, una rubia teñida que decían que era puta (por entonces yo no tenía muy claro que significaba eso, pero muy bueno no parecía) y un hermano mayor. A veces veíamos a la madre con un tipo. Un borracho que venía siempre con una bici haciendo eses por la calle, y con pinzas de la ropa en los pantalones a la altura del tobillo para que no se le engancharan en la rueda. Ni siquiera cuando se bajaba de la bici se quitaba las pinzas. Tenía la cara amoratada por el vino y por los guantazos que se daba con aquella bici. Algunos decían que era el padre. Una familia encantadora.

Durante bastante tiempo me daba pánico encontrármelo, pero en realidad no lo veía casi nunca. Tampoco a los demás. Nadie se relacionaba con ellos. A mí y a todas las amigas nos daban miedo y asco.

Pasó algún tiempo. Me habían dicho que la madre había muerto y el hermano se había largado, así es que el asqueroso vivía solo. Alguna vez lo vi con un aspecto lamentable, no sé si alguna vez se lavaría. Hasta que un día, un par de años después del suceso, me dicen que había aparecido muerto en su casa, y debía de llevar muerto varios días porque lo encontraron medio comido por las ratas. Salió en los periódicos y todo.

En otra ocasión paseando por la calle me encontré con un tipo que tenía cogido por el cuello a un niño de unos siete u ocho años y lo levantaba medio metro del suelo. Decía que el niño había pegado a su hijo y gritaba que lo iba a matar. Me tiré a por él y me costó arrancárselo de las manos porque estaba como loco. Cuando lo conseguí se lió a golpes conmigo hasta que salió algún vecino y se largó llevándose a su hijo a empujones. El maldito le pegó una paliza a su hijo al llegar a casa por dejarse pegar. Eso dijeron los vecinos. También dijeron que las palizas eran habituales. No había pasado ni un mes de esto cuando el tipo se cayó de un andamio al que se había subido borracho perdido. Y se mató, claro.

He llegado a la conclusión de que casualidad, casualidad, no es. No tengo explicaciones para esto, pero casualidad no es.

Ahora me pregunto que sería de aquel tipo que me atendió en mi primera entrevista de trabajo. Era una empresa de publicidad y el tipo me explicó que querían hacer unas fotos de unas jóvenes en una piscina para la promoción de una urbanización. Dirigiéndose a la puerta de su despacho, según echaba el pestillo me dijo que podía ir quitándome la blusa. Su atrevimiento me sorprendió porque había mucha gente trabajando en ese momento. Salí corriendo de allí como pude. Era un hombre joven, pero estoy segura de que no llegó a viejo.

Todavía queda algún cerdo a la espera de su San Martín, pero no me impaciento, sé que caerán y no un poquito, caerán del todo. Están muertos pero aún no lo saben.

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