Un hombre libre
Ángela
15-1-2016
Lo conocí hace tanto que en la distancia que dan los años creo que tendría unos 50 años, pero podría ser alguno menos, y había pasado 20 en la cárcel. No recuerdo su nombre, sólo sé que era anarquista y que había estado encerrado media vida por enfrentarse a la dictadura franquista.
Esperaba encontrarme con un hombre amargado, triste, después de una experiencia tan horrible. Pero no, era un hombre agradable, atento. Trabajaba por su cuenta como transportista con una furgoneta de segunda mano que habían podido comprar él y su mujer, creo recordar que con ayuda de la familia. Estaba feliz porque no tenía jefe, no le tenía que dar cuentas a nadie. Le encantaba ir con su furgoneta para acá y para allá escuchando Radio Clásica. Y a los Rolling Stone a los que descubrió en la cárcel; no sabía ni que existían. Siempre la música, era su pasión. También llevaba una nevera con hielo para enfriar el agua y los zumos. No bebía alcohol, como muchos de los viejos anarquistas que he conocido. Había alguno que ni siquiera soportaba ver una botella de vino en la mesa, pero en general no llegaban a tanto. Simplemente ellos no bebían.
Y tenía un sentido del humor tranquilo, sereno. Se sonreía al contar que a su hija Acracia, las monjas del colegio le habían cambiado el nombre, la llamaban Engracia.
Estaba ante un hombre que había entregado su vida no por defenderse a sí mismo, ni por dinero, ni por fama. Había sacrificado su vida y la de su familia por defender los derechos de todos. Porque no sólo había sufrido él. Me imagino a la joven madre sola, con una niña de meses, trabajando para sacar a su hija adelante, esperando 20 años para ver libre al hombre con el que había pretendido hacer una vida. Mejor dicho, intento imaginármelo.
Llevo varios días acordándome de la tarde pasada con este hombre, viendo a tantos jóvenes y algunos no tanto, que creen que están haciendo la revolución cuando su mayor acto revolucionario es votar a determinado partido. Eso sí, también
corren muchos riesgos, podrían pisar una cáscara de plátano en el recorrido al lugar de votación, caerse y lo mismo romperse algo. ¡Qué peligro!
Estos jóvenes revolucionarios tan transgresores como el que vi la otra tarde en la retransmisión de la cabalgata de Reyes, mejor dicho en el desfile de carnaval organizado por el ayuntamiento, diciendo más o menos que los Reyes eran los padres en un programa dirigido fundamentalmente a los niños, eso sí disfrazado de ridícula bola grande de peluche, para que no le reconozcan en casa y le regañen papá y mamá. ¡Qué rompedor, qué tío!
¡Qué vida esta¡ Tanto sufrimiento para ver a sus hijos o nietos hacer el payaso en lugar de enfrentarse de verdad al poder, al que los tiene sin trabajo, sin esperanza. Claro, que para hacer eso tendrían que estudiar, coger alguna vez un libro, muchos libros, para tener el suficiente conocimiento y poder responder al mundo que viene. Para ser hombres libres, como este anarquista que conocí una tarde de hace muchos años, y otros tantos como él que he tenido la suerte de tratar. Hombres y mujeres que no se han limitado a ir a votar un día y dejar su vida en manos de cualquier iluminado ignorante incompetente e irracional.