Charles Baudelaire-El viaje

Charles Baudelaire

(París,  9 de abril de 1821 –  París, 31 de agosto de 1867)

21Baudelaire

 

 

 

 

 

 

 

EL VIAJE

                  A Maxime du Camp

Para el niño que adora los mapas y grabados
el universo iguala a su enorme avidez.
¡Ah, qué grande es el mundo a la luz de las velas!,
¡qué pequeño es el mundo cuando mira el recuerdo!

Un buen día partimos, con el cerebro en llamas,
en el pecho rencores y deseos amargos,
y al ritmo de las olas avanzamos meciendo
el infinito nuestro en los finitos mares:

Unos huyen alegres de sus patrias infames
o de su horrible cuna, y no faltan tampoco
astrólogos ahogados en ojos de mujer,
la tiránica Circe de filtros peligrosos.

Se embriagan, por no verse convertidos en bestias,
de espacios y de luz, de cielos abrasados;
el hielo que les muerde y el sol que les broncea
van borrando despacio la marca de los besos.

Mas viajeros, realmente, son sólo los que parten
por partir; corazones ligeros, iguales a los globos,
que nunca se separan de su fatalidad,
y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Adelante!;

aquellos cuyas ansias tienen forma de nubes,
y, al igual que un recluta aspira ya a un cañón,
sueñan con mil placeres, cambiantes e ignorados,
que el espíritu humano nunca supo nombrar.

II

Imitamos, ¡qué horror!, al trompo y la pelota
en su baile y sus saltos; hasta cuando dormimos
la cruel Curiosidad nos tortura y nos lanza,
cual Ángel despiadado que azotara los soles.

Fortuna singular, en la que el fin es móvil,
que no está en parte alguna por hallarse en cualquiera;
en la que el Hombre corre buscando su descanso,
sin que nunca le falte la esperanza más loca.

El alma es un velero en busca de su Icaria;
alguien grita en el puente: «¡Abre mucho los ojos!»
y otra voz en el cofá exclama ardiente y loca:
«¡Amor… gloria… fortuna!» ¡Demonio!, ¡es un escollo!

Cada islote que anuncia por la noche el vigía
es siempre ese Eldorado que prometió el Destino;
mas la Imaginación, que prepara su orgía,
sólo ve un arrecife cuando apunta la aurora.

¡Oh pobre enamorado de quiméricas tierras!
¿Habrá que encadenar o arrojar por la borda
a ese marino ebrio, a ese inventor de Américas
cuyo espejismo hace más amarga la sima?

Cual viejo vagabundo que el barro pisotea,
sueña, nariz al viento, con radiantes edenes;
sus ojos hechizados descubren una Capua
allí donde la vela sólo alumbra una choza.

III

¡Asombrosos viajeros!, ¡cuántas nobles historias
revelan vuestros ojos tan hondos como el mar!
Mostrad en los estuches de esas ricas memorias
vuestras joyas talladas de éteres y astros.

¡Anhelamos viajar sin vapor ni velamen!
Para aliviar el tedio de nuestros calabozos,
soplad en nuestras almas tan tensas como velas
vuestros bellos recuerdos orlados de horizontes.

Decidnos, ¿qué habéis visto?

IV

                                           «Hemos visto luceros
y olas; hemos visto también bancos de arena;
y, a pesar de desastres y choques imprevistos,
nos hemos aburrido, como nos pasa aquí.

El sol resplandeciendo sobre mares violeta,
las ciudades brillando a la puesta del sol,
encendían las almas con el ardor inquieto
de hundirnos en un cielo de tentadoras luces.

Las más ricas ciudades, los más vastos paisajes
jamás nos presentaban el mágico atractivo
que ofrecen los que forma el azar con las nubes,
¡y el eterno deseo nos seguía inquietando!

-El goce aumenta siempre la fuerza del deseo.
Deseo, viejo árbol al que el placer abona,
cuanto más se endurece y aumenta tu corteza,
más cercano desean tus ramas ver el sol.

¿Crecerás siempre, árbol, más vivaz que el ciprés?
-Os hicimos, no obstante, cuidadosos dibujos,
pensando en vuestro álbum insaciable y voraz,
hermanos que halláis bello cuanto viene de lejos.

Devotos saludamos a un ídolo con trompa,
y a tronos constelados de joyas luminosas,
y a palacios labrados cuya mágica pompa
sería la ruina para vuestros banqueros;

vestidos que emborrachan la vista por su lujo,
mujeres que se pintan las uñas y los dientes;
y diestros domadores que a la cobra acarician.»

V

¿Y qué más?, ¿y qué más?

VI

                                            «¡Oh mentes infantiles!

Para que no olvidemos la cosa capital,
por doquier hemos visto, sin haberlo buscado,
desde arriba hasta abajo de la escala fatal,
la tediosa visión del inmortal pecado:

la mujer, vil, esclava, imbécil y orgullosa,
que se adora sin risas y sin asco se ama;
el hombre codicioso, tirano y libertino,
esclavo de la esclava y arroyo de albañal;

el verdugo que ríe, el mártir que solloza;
la fiesta que la sangre perfuma y condimenta;
el poder que envenena y que excita al tirano
y el pueblo enamorado de fustas que embrutecen;

y varias religiones iguales a la nuestra
escalando los cielos; la Santidad entera,
igual que un delicado sobre un lecho de plumas,
buscando los placeres del clavo y del esparto;

la Humanidad locuaz, borracha de su genio,
y enloquecida ahora como lo estaba antaño,
gritando siempre a Dios en su airada agonía:
“¡Te maldigo, maestro, tan semejante a mí!”

Y a los menos idiotas, amantes de la Insania,
Huyendo del rebaño que apacienta el Destino,
La inmensidad del opio les sirve de refugio
-Éstas son las noticias eternas del planeta.»

VII

¡Amargo es el saber que se adquiere en un viaje!
El mundo de hoy en día, monótono y pequeño,
De ayer, mañana y siempre, repite nuestra imagen:
¡un oasis de horror en desiertos de tedio!

¿Hay que partir? ¿Quedarse? Si puedes, quédate;
parte, si no. Uno corre y el otro se agazapa:
huyen de ese enemigo vigilante y funesto,
que es el Tiempo. Ay, existen corredores sin tregua,

lo mismo que el apóstol y que el Judío errante,
a quienes nada basta, ni vagón ni navío,
para huir de ese infame reciario. Mas hay otros
que consiguen matarlo sin salir de su cuna.

Cuando al fin ponga el pie sobre nuestro espinazo,
podremos, confiados, exclamar: ¡Adelante!
Igual que en otro tiempo partimos hacia China,
los ojos mar adentro, los cabellos al aire,

surcaremos ahora el mar de las Tinieblas
con el alma dichosa de un joven pasajero.
Escuchad esas voces de fúnebres hechizos
que cantan: «¡Por aquí los que ansiáis comer

el Loto perfumado! ¡Aquí se recolectan
los frutos milagrosos que piden vuestros pechos!;
¡venid a emborracharos de la rara dulzura
de esta tarde constante que nunca tiene fin!»

Su acento conocido nos descubre al espectro;
los Pílades aguardan con los brazos abiertos.
«Si quieres refrescarte, ven nadando a tu Electra»,
dice aquella a quien antes besamos las rodillas.

VIII

¡Oh viejo capitán! ¡Oh Muerte, leva el ancla!,
nos aburre esta tierra; ¡zarpemos, que es la hora!
Si en el cielo y el mar hay negruras de tinta,
los pechos que conoces están llenos de rayos.

¡Viértenos tu veneno, y que él nos reconforte!
Queremos, tanto el fuego nuestros cerebros quema,
descender al abismo, ¿qué importa Infierno o Cielo?
¡al fondo de lo Ignoto para encontrar lo nuevo!

 

 Le voyage

I

Pour l’enfant, amoureux de cartes et d’estampes,
L’univers est égal à son vaste appétit.
Ah! que le monde est grand à la clarté des lampes!
Aux yeux du souvenir que le monde est petit!

Un matin nous partons, le cerveau plein de flamme,
Le coeur gros de rancune et de désirs amers,
Et nous allons, suivant le rythme de la lame,
Berçant notre infini sur le fini des mers:

Les uns, joyeux de fuir une patrie infâme;
D’autres, l’horreur de leurs berceaux, et quelques-uns,
Astrologues noyés dans les yeux d’une femme,
La Circé tyrannique aux dangereux parfums.

Pour n’être pas changés en bêtes, ils s’enivrent
D’espace et de lumière et de cieux embrasés;
La glace qui les mord, les soleils qui les cuivrent,
Effacent lentement la marque des baisers.

Mais les vrais voyageurs sont ceux-là seuls qui partent
Pour partir; coeurs légers, semblables aux ballons,
De leur fatalité jamais ils ne s’écartent,
Et, sans savoir pourquoi, disent toujours: Allons!

Ceux-là dont les désirs ont la forme des nues,
Et qui rêvent, ainsi qu’un conscrit le canon,
De vastes voluptés, changeantes, inconnues,
Et dont l’esprit humain n’a jamais su le nom!

II

Nous imitons, horreur! la toupie et la boule
Dans leur valse et leurs bonds; même dans nos sommeils
La Curiosité nous tourmente et nous roule
Comme un Ange cruel qui fouette des soleils.

Singulière fortune où le but se déplace,
Et, n’étant nulle part, peut être n’importe où!
Où l’Homme, dont jamais l’espérance n’est lasse,
Pour trouver le repos court toujours comme un fou!

Notre âme est un trois-mâts cherchant son Icarie;
Une voix retentit sur le pont: «Ouvre l’oeil!»
Une voix de la hune, ardente et folle, crie:
«Amour… gloire… bonheur!» Enfer! c’est un écueil!

Chaque îlot signalé par l’homme de vigie
Est un Eldorado promis par le Destin;
L’Imagination qui dresse son orgie
Ne trouve qu’un récif aux clartés du matin.

Ô le pauvre amoureux des pays chimériques!
Faut-il le mettre aux fers, le jeter à la mer,
Ce matelot ivrogne, inventeur d’Amériques
Dont le mirage rend le gouffre plus amer?

Tel le vieux vagabond, piétinant dans la boue,
Rêve, le nez en l’air, de brillants paradis;
Son oeil ensorcelé découvre une Capoue
Partout où la chandelle illumine un taudis.

III

Etonnants voyageurs! quelles nobles histoires
Nous lisons dans vos yeux profonds comme les mers!
Montrez-nous les écrins de vos riches mémoires,
Ces bijoux merveilleux, faits d’astres et d’éthers.

Nous voulons voyager sans vapeur et sans voile!
Faites, pour égayer l’ennui de nos prisons,
Passer sur nos esprits, tendus comme une toile,
Vos souvenirs avec leurs cadres d’horizons.

Dites, qu’avez-vous vu?

IV

«Nous avons vu des astres
Et des flots, nous avons vu des sables aussi;
Et, malgré bien des chocs et d’imprévus désastres,
Nous nous sommes souvent ennuyés, comme ici.

La gloire du soleil sur la mer violette,
La gloire des cités dans le soleil couchant,
Allumaient dans nos coeurs une ardeur inquiète
De plonger dans un ciel au reflet alléchant.

Les plus riches cités, les plus grands paysages,
Jamais ne contenaient l’attrait mystérieux
De ceux que le hasard fait avec les nuages.
Et toujours le désir nous rendait soucieux!

— La jouissance ajoute au désir de la force.
Désir, vieil arbre à qui le plaisir sert d’engrais,
Cependant que grossit et durcit ton écorce,
Tes branches veulent voir le soleil de plus près!

Grandiras-tu toujours, grand arbre plus vivace
Que le cyprès? — Pourtant nous avons, avec soin,
Cueilli quelques croquis pour votre album vorace
Frères qui trouvez beau tout ce qui vient de loin!

Nous avons salué des idoles à trompe;
Des trônes constellés de joyaux lumineux;
Des palais ouvragés dont la féerique pompe
Serait pour vos banquiers un rêve ruineux;

Des costumes qui sont pour les yeux une ivresse;
Des femmes dont les dents et les ongles sont teints,
Et des jongleurs savants que le serpent caresse.»

V

Et puis, et puis encore?

VI

«Ô cerveaux enfantins!

Pour ne pas oublier la chose capitale,
Nous avons vu partout, et sans l’avoir cherché,
Du haut jusques en bas de l’échelle fatale,
Le spectacle ennuyeux de l’immortel péché:

La femme, esclave vile, orgueilleuse et stupide,
Sans rire s’adorant et s’aimant sans dégoût;
L’homme, tyran goulu, paillard, dur et cupide,
Esclave de l’esclave et ruisseau dans l’égout;

Le bourreau qui jouit, le martyr qui sanglote;
La fête qu’assaisonne et parfume le sang;
Le poison du pouvoir énervant le despote,
Et le peuple amoureux du fouet abrutissant;

Plusieurs religions semblables à la nôtre,
Toutes escaladant le ciel; la Sainteté,
Comme en un lit de plume un délicat se vautre,
Dans les clous et le crin cherchant la volupté;

L’Humanité bavarde, ivre de son génie,
Et, folle maintenant comme elle était jadis,
Criant à Dieu, dans sa furibonde agonie:
»Ô mon semblable, mon maître, je te maudis!«

Et les moins sots, hardis amants de la Démence,
Fuyant le grand troupeau parqué par le Destin,
Et se réfugiant dans l’opium immense!
— Tel est du globe entier l’éternel bulletin.»

VII

Amer savoir, celui qu’on tire du voyage!
Le monde, monotone et petit, aujourd’hui,
Hier, demain, toujours, nous fait voir notre image:
Une oasis d’horreur dans un désert d’ennui!

Faut-il partir? rester? Si tu peux rester, reste;
Pars, s’il le faut. L’un court, et l’autre se tapit
Pour tromper l’ennemi vigilant et funeste,
Le Temps! Il est, hélas! des coureurs sans répit,

Comme le Juif errant et comme les apôtres,
À qui rien ne suffit, ni wagon ni vaisseau,
Pour fuir ce rétiaire infâme; il en est d’autres
Qui savent le tuer sans quitter leur berceau.

Lorsque enfin il mettra le pied sur notre échine,
Nous pourrons espérer et crier: En avant!
De même qu’autrefois nous partions pour la Chine,
Les yeux fixés au large et les cheveux au vent,

Nous nous embarquerons sur la mer des Ténèbres
Avec le coeur joyeux d’un jeune passager.
Entendez-vous ces voix charmantes et funèbres,
Qui chantent: «Par ici vous qui voulez manger

Le Lotus parfumé! c’est ici qu’on vendange
Les fruits miraculeux dont votre coeur a faim;
Venez vous enivrer de la douceur étrange
De cette après-midi qui n’a jamais de fin!»

À l’accent familier nous devinons le spectre;
Nos Pylades là-bas tendent leurs bras vers nous.
«Pour rafraîchir ton coeur nage vers ton Electre!»
Dit celle dont jadis nous baisions les genoux.

VIII

Ô Mort, vieux capitaine, il est temps! levons l’ancre!
Ce pays nous ennuie, ô Mort! Appareillons!
Si le ciel et la mer sont noirs comme de l’encre,
Nos coeurs que tu connais sont remplis de rayons!

Verse-nous ton poison pour qu’il nous réconforte!
Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu’importe?
Au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau!

(Recomendado por Jerôme, 15-4-2014)

 

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