Retrato de Inocencio X
Diego Velázquez
(Sevilla, 1599 – Madrid, 1660)
Oleo sobre lienzo, 140 x 120 cm
Fecha 1650
Galleria Doria (Roma)
Ángela
26-2-2018
El Retrato de Inocencio X es una pintura realizada al óleo sobre lienzo por Diego Velázquez, en el verano de 1650. Actualmente se encuentra en la Galería Doria Pamphili de Roma, también conocida como Palazzo Doria-Pamphili.
A la muerte del Papa Urbano VIII las dos grandes potencias europeas España con Gil Albornoz al frente y Francia a cuya cabeza se encontraba el cardenal Mazarino, se enfrentan por la elección del nuevo Papa en el cónclave reunido el 9 de agosto de 1644. Al final sale elegido el Giovanni Battista Pamphili de la ilustre familia Pamphili, quien tomaría el nombre de Inocencio X. No fue fácil su papado. Se enfrentó a Francia, a tal punto que Mazarino se preparó para enviar tropas a Italia para invadir los Estados Pontificiosa; al duque de Parma; a los jansenistas.
Velázquez realiza su retrato en 1650 en su segundo viaje a Roma. Inocencio X le encarga el retrato porque ya era un pintor muy reconocido.
Este retrato no sólo es considerado el mejor retrato de Velázquez, si no que muchos lo consideran el mejor retrato de la historia de la pintura.
Velázquez pinta un enorme lienzo de 140cm de alto por 120 de ancho, en el que aparece sentado Inocencio X en un sillón rojo sobre un fondo rojo, y vestido de rojo: bonete rojo y esclavina también roja. Esa variedad de tonos rojos muestran ya la fuerza del personaje, que se ve aumentada por el contraste con el roquete blanco bordado. Es un escenario majestuoso que sirve para mostrar lo más importante del cuadro: la cara de Inocencio X. La cara del poder, de la astucia, de la inteligencia. Inocencio X se sabe poderoso. Nosotros lo miramos, él nos escruta. Su mirada nos sobrecoge. La mano derecha que cae sin tensión es otra muestra de ese poderío: no necesito armas para dejaros claro que el que manda soy yo. No posa, se muestra tal como es. Tanto es así que se cuenta que el propio Inocencio cuando vio el cuadro terminado exclamó: “¡Troppo vero!” (¡demasiado verdadero!).