Alejandra C

La trenza

Alejandra C.

6-7-2017

Estaban las dos niñas sentadas a la puerta. Sus casas pegaban la una a la otra por un tabique. Eran casas bajas, muy pequeñas, adosadas con un pequeño patio detrás, en un barrio de los muchos que se habían construído en Madrid para dar alojamiento a toda la gente que había venido de los pueblos a trabajar en la gran ciudad. En muy poco tiempo se construyeron casas con una ínfima calidad pero con agua y con luz, una mejora considerable con relación a lo que tenían. Muchos venían de chabolas, otros de viviendas en alquiler con derecho a cocina, otros habían levantado una pequeña construcción en el solar que habían comprado con el poco dinero que sacaron de vender el mulo, el burro o lo poco que tuvieran cuando se vinieron del pueblo, construcciones que tiraron con la remodelación del barrio.

Las niñas estaban ahí sentadas. Tenían siete u ocho años. Casi iguales: delgaditas, muy menudas, con sus sencillos vestiditos. La única diferencia así, a primera vista, es que una tenía una larga y gruesa trenza que le colgaba por la espalda, y la otra dos trenzas que le caían a ambos lados de la cara, por detrás de la orejas.

¿De qué estarían hablando a la hora de la siesta que no se querían echar? Era verano y a esa hora de la tarde no había ni un alma por la calle.

Estaban tan ensimismadas en su conversación que no se dieron cuenta de que estaba a sus espaldas hasta que oyeron esa voz, gangosa, rota, desagradable.

– Vete a por vino, decía adelantando la botella vacía mientras se tambaleaba.

– No, dijo la niña al tiempo que negaba con la cabeza.

Su amiga la miró fijamente, perpleja ante lo que acababa de ver. Montones de veces la mandaba su padre a por vino y nunca se había negado.

– Te he dicho que vayas a por vino, le dijo rozándole el hombro con la botella.

– No, insistió ella.

La amiga desconcertada y asustada le daba golpecitos en el brazo y le decía muy bajito, “vamos, yo te acompaño, coge la botella y vamos”. La niña se mantenía con la cabeza baja sin decir nada.

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Están muertos pero aún no lo saben

Alejandra C.

24-2-2017

 

Cuando lo veo marcharse tan ufano, casi me da pena. Me ha venido a la cabeza la frase tan manida de las películas de serie B: está muerto pero aún no lo sabe.

Hemos tenido un encontronazo por un asunto bastante nimio. Al salir de la M-30 me he encontrado con el semáforo en rojo. Como me daba el sol de frente no me he dado cuenta de que el semáforo estaba en verde para los que giramos a la derecha. El tipo de la furgoneta ha empezado a pitar; al principio no pensaba que fuera conmigo, cuando al fin me he dado cuenta le he pedido disculpas con un gesto pero el semáforo ya se había puesto en rojo. El tipo ha seguido pitando sin parar en ningún momento. Por fin se ha puesto el semáforo en verde y he arrancado, y él detrás de mí. Se me ha pegado al coche y ha empezado a perseguirme. En su persecución me ha ido empujando a la derecha hasta tal punto que he rozado varios coches aparcados hasta que he podido parar. El tío se ha bajado y directamente me ha sacado del coche, me ha pegado un puñetazo en la cara y me ha tirado al suelo. Gilipollas, eres gilipollas, me gritaba. Se ha montado de nuevo en su furgoneta y se ha largado. Me he levantado como he podido y me he quedado mirándolo. Me temblaban las piernas. He cogido la matrícula, aunque no lo voy a denunciar. Para qué, si ya está muerto.

¿Cómo puedo estar tan segura de eso? Porque no es la primera vez que me ocurre algo así.

No hace ni un año, también por un asunto de tráfico, me vi involucrada en una situación muy violenta.

Cruzando por un paso de peatones, un Mercedes venía a tal velocidad que le hice un gesto con las manos como diciendo “más despacio, más despacio”. El tipo frenó en seco, porque si no me atropella. Bajó la ventanilla del copiloto y yo me acerqué pensando que me iba a pedir disculpas, pero no, lo primero que dijo fue “qué dices tú, gilipollas” ¿Encima de que casi me atropellas me insultas, imbécil? Cogió del asiento del copiloto una especie de bolígrafo grande negro (cuando fui a denunciarlo la policía me dijo que era un kubotán, un arma prohibida. Se lo habían requisado) y cogiéndolo a modo de puñal me dijo: “Te voy a meter esto por un ojo”. Estás loco, loco, le grité y me di la vuelta para seguir mi camino. Arrancó bruscamente, cruzó la calzada y se subió a la acera, se bajó y se tiró sobre mí lanzándome puñetazos. Alguien avisó a la policía y al SAMUR. De allí me fui directamente a la comisaría a denunciar a ese miserable. A los dos meses más o menos llegó la citación para el juicio en unos quince días. Tres días antes de la fecha prevista recibo una carta del juzgado en la que se me informa de que se anulaba el juicio porque el tipo había fallecido unos días antes. Fue muy chocante, la verdad.

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