Afrancesados de todo tipo: bobos, jetas y jacobinos
Ángela
10-1-2020
En su libro Fracasología, María Elvira Roca Barea, dedica varios capítulos a los afrancesados, esos escritores, ensayistas, políticos que aplaudieron con las orejas la invasión de los franceses a los que consideraban la élite del pensamiento y del progresismo.
Ese afrancesamiento sigue vivo en España en escritores, pensadores… pero también en la gente normal y corriente, pero que se considera a sí misma “muy culta”.
Hace un tiempo, comiendo con unos amigos y amigos de amigos, en el transcurso de la conversación alguien hizo una crítica a Francia. Uno de los contertulios se levantó de la silla como un resorte al tiempo que gritaba: ¡A Francia no me la toques, no me la toques! Pasmados no quedamos amigos y amigos de amigos. En otra ocasión, un tipo para demostrar la superioridad de Francia con respecto a España me decía que Velázquez no era nadie al lado de los impresionistas; que fueron los ingleses y no los españoles los que expulsaron al ejército de Napoleón y que los españoles éramos idiotas por no desarrollar las centrales nucleares, y no como Francia que tenía un montón y no dependía energéticamente de nadie. Eso ya clamaba al cielo, porque este tipo había sido uno de los mayores opositores a las centrales nucleares en España, un activista antinuclear muy conocido y reconocido por ello. Me quedé a cuadros. Esto es el colmo de los colmos, pensé y se lo dije, claro, pero no voy repetir mis palabras; bueno, sólo una: sinvergüenza.
Dentro de la llamada cultura pululan los afrancesados a diestra y siniestra. Sirva de ejemplo lo que decía (luego diría que era más o menos una broma) el director de cine Fernando Trueba: “A mí, la palabra que más me gusta del diccionario es “nada” y luego “desertor”. Nunca he tenido un sentimiento nacional. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco minutos. Siempre he estado a favor de las selecciones de los otros países, el único año que fui con la selección española fue cuando ganó el Mundial”. Pues leyendo lo anterior, yo diría que no es que no tenga un sentimiento nacional, tenerlo lo tiene, pero un sentimiento nacional francés. Por mí, como si lo tiene chino, allá él con sus sentimientos.
Otro afrancesado, jacobino por más señas, es Arturo Pérez Reverte, no sé si grado 33 o 485 en afrancesamiento, que ha recibido las máximas condecoraciones del Estado francés: Caballero de la Orden Nacional del Mérito (2008), Caballero de la Orden de las Letras y las Artes de Francia (1998), Medalla de la Academia de Marina Francesa (2002). Muy merecidas todas ellas; no hay más que leer sus opiniones sobre este país.
En más de una ocasión (“Hoy quiero ser francés”, “Si Cervantes fuera francés”) hace la comparación entre París y Madrid, por la cosa de la cultura, claro. Le encanta pasear por París “darse una vuelta por los buquinistas de la orilla izquierda” y ver tantas librerías, y no la desolación de Madrid donde, dice, han desaparecido todas. Hasta “la magnífica Cuesta Moyano y sus librerías se ven olvidadas y maltratadas por el Ayuntamiento”. Pues si los libreros de la Cuesta Moyano que tienen sus casetas están abandonados, ¿en qué situación se encuentran los pobres “buquinistas de la orilla izquierda” que se pasan las horas y los días a la intemperie congelándose en el invierno criminal parisino, con esa humedad que se mete en los huesos y no hay abrigo que valga, o achicharrándose en verano, sin ningún lugar donde resguardarse? Esos sí que están abandonados, ¡qué lástima! Pero no van a ponerles casetas porque a los turistas les gusta verlos a cuerpo gentil, aunque sea muertos de frío. Y sigue con la desaparición del pequeño comercio en Madrid donde han desaparecido las ferreterías, los zapateros etc., todo lo contrario que en París donde se favorece “que los pequeños negocios subsistan, humanicen las calles y animen en torno otros espacios comerciales gratos al ciudadano, complementándolo todo con una política de salubridad, higiene y seguridad callejera”. Estoy segura de que el señor Pérez Reverte ha ido mucho más que yo a París, pero durante muchos años he viajado varias veces al año a esta magnífica ciudad, y más o menos la conozco, la conocía más bien, que hace años que no voy porque los amigos han huido de ella por distintos motivos: por su clima insoportable, por lo carísima que es, por la inseguridad (a una de las amigas, profesora, le dieron una paliza tan brutal en su liceo que la sacaron en la tele cuando estaba ingresada grave en el hospital, y esto ocurrió hace casi veinte años, cuando aquí no se había producido una situación así, ni remotamente parecida. Los franceses siempre tan adelantados). La inseguridad en París viene de lejos, aunque hace tiempo que nos hemos igualado con ellos.
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