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Ángela

3-11-2023

Las matanzas de Gaza y La Vendée

En marzo de 2020 publicamos el artículo Barbarie francesa. El ¿genocidio? de  La Vendée  sobre la matanza de más de 120.000 personas. (Esta es la cifra según las cifras de las indemnizaciones acordadas por Napoleón I en la región a partir de 1808, pero fueron muchos más. La mayoría de los historiadores elevan la cifra a 150.000, y algunos a 200.000). Esta matanza se produjo en 1793 en plena Revolución francesa. Los revolucionarios quemaron, ahogaron, dispararon a hombres, mujeres y niños porque eran católicos y monárquicos y no aceptaban el régimen impuesto por ellos. El título del artículo es una pregunta retórica; por supuesto que fue un genocidio.

A raíz de la película Vencer o morir sobre esta matanza, estrenada hace unos meses, muchos son los artículos que han salido en prensa. Entre ellos uno titulado Vendée, nosotros de Gabriel Albiac (El Debate, 20-9-2023). Así, volvemos a Albiac el cual de las matanzas de La Vendée dice que “prefiguran lo más oscuro de dos siglos de historia europea”. Y efectivamente, así es.

Señala Albiac las palabras de Barère: «destruid la Vendée». Palabras similares a las que pronunció hace unos días el ministro israelí de Defensa Yoav Gallant, el animal humano que declaró: «Ordené un asedio total sobre la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia». También recoge un fragmento de François Furet: “Los árboles fueron cortados, las aldeas quemadas, el ganado abatido, las poblaciones masacradas indistintamente». Se desertiza, añade Albiac.

Estamos viendo a diario los bombardeos continuos de Israel sobre Gaza. Las ciudades destruidas y debajo de los escombros hombres, mujeres y niños, muchos niños. No están dejando piedra sobre piedra. Si las matanzas de La Vendée hubieran sido televisadas veríamos lo mismo: Ciudades arrasadas, hombres, mujeres y niños muertos, mutilados, y ni una casa en pie. En La Vendée las quemaban, aquí las destruyen las bombas.

En La Vendée las órdenes eran claras: “Exterminad”, ¡Exterminad a los bandidos” (así denominaban a los vendeanos), “Exterminad la raza impura de los vendeanos que amenazan la República”.  Para los revolucionarios franceses los vendeanos eran la raza impura; para el ministro de Defensa israelí los palestinos son animales humanos (ellos dicen que se refieren a Hamás, pero no es verdad, puesto que matan a todos los palestinos). Tanto los revolucionarios franceses como el Estado de Israel deshumanizan a las personas para poder …

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Barbarie francesa. El ¿genocidio? de  La Vendée

Ángela

13-3-2020

 

Las famosas matanzas de los cátaros en el siglo XII y de la los calvinistas en la noche de San Bartolomé en el siglo XVI, de las que hablamos en el artículo anterior, quedan en muy poca cosa comparadas con  las de La Vendée. La mayor masacre por motivos religiosos se produjo en Francia con la Revolución francesa. En este caso los asesinados son los monárquicos católicos que se oponían a las disposiciones de los nuevos dirigentes contra la religión católica. Tan salvaje fue la actuación de los llamados revolucionarios que algunos historiadores hablan de genocidio.

El 28 de febrero de 1794, entraron las tropas republicanas en Lucs-sur-Boulogne, un pueblo de la región del Loira. Obligaron a la población a entrar en la iglesia pero como no cabían todos, a los que quedaron fuera los mataron a tiros y a punta de bayoneta para no gastar tanta munición y a continuación prendieron fuego a la iglesia. Murieron 564 personas, de las cuales 109 eran niños menores de siete años. Este caso es sólo un ejemplo de la barbarie desencadenada por estos “defensores de los derechos del hombre y del ciudadano”.

La VendeDesde el mismo instante que estalla la revolución, junio de 1789, queda claro que uno de sus fines es acabar con la religión católica. En  menos de un año, el 13 de abril de 1790, la Asamblea Nacional rechazó el catolicismo como religión nacional. A continuación, el 12 de julio se decretó la expropiación de los bienes eclesiásticos. El 27 de noviembre se exigió a todos los dignatarios eclesiásticos jurar acatamiento a la nueva ordenación legal del clero. La Constitución Civil del Clero, exigía a los sacerdotes un juramento de fidelidad a la revolución. La negativa de muchos de ellos de aceptar este juramento les salió muy cara. Más de 40.000 sacerdotes –unos dos tercios del clero francés– fueron deportados o guillotinados. Los revolucionarios querían acabar cuanto antes con la religión católica e implantar la suya. El 8 de junio de 1793, Robespierre proclamó la «Religión del Ser Supremo».

Esta actitud antirreligiosa unida a la leva obligatoria de 300.000 jóvenes ordenada por la Convención en marzo de 1793, fueron las causas inmediatas de la oposición de muchos franceses a la revolución. Se produjeron sublevaciones en distintas zonas, pero la región de La Vendée puso en jaque a los nuevos dirigentes que decidieron acabar con los rebeldes utilizando una violencia brutal.

Los enfrentamientos entre el ejército revolucionario y lo monárquicos católicos de la Vendée fueron continuos hasta que en agosto de  1793, la Convención de París expidió un decreto disponiendo que el Ministerio de la Guerra enviase materiales inflamables de todo tipo con el fin de incendiar bosques, cultivos, pastos y todo aquello que arder pudiera en la comarca. En enero de 1794 el general Turreau, responsable de las “columnas infernales” (cómo serían de bestias que así se denominaban), escribía a la Convención nacional: “Hay que tomar grandes medidas, hay que exterminar a todos los hombres que han tomado las armas, y golpear con ellos a sus padres, sus mujeres, sus hermanas y sus hijos. La Vendée debe de ser un gran cementerio nacional

Otro general, Marceau, escribe: «Por agotadas que estuvieran nuestras tropas hicieron todavía ocho leguas, masacrando sin cesar y haciendo un botín inmenso. Nos hicimos con siete cañones, nueve cajas y una inmensidad de mujeres (tres mil fueron ahogadas en Pont-au-Baux)». A los ahogamientos masivos en los ríos los llamaban “deportaciones verticales”.

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Afrancesados de todo tipo: bobos, jetas y jacobinos

Ángela

10-1-2020

 

En su libro Fracasología, María Elvira Roca Barea, dedica varios capítulos a los afrancesados, esos escritores, ensayistas, políticos que aplaudieron con las orejas la invasión de los franceses a los que consideraban la élite del pensamiento y del progresismo.

Ese afrancesamiento sigue vivo en España en escritores, pensadores… pero también en la gente normal y corriente, pero que se considera a sí misma “muy culta”.

Hace un tiempo, comiendo con unos amigos y amigos de amigos, en el transcurso de la conversación alguien hizo una crítica a Francia. Uno de los contertulios se levantó de la silla como un resorte al tiempo que gritaba: ¡A Francia no me la toques, no me la toques! Pasmados no quedamos amigos y amigos de amigos. En otra ocasión, un tipo para demostrar la superioridad de Francia con respecto a España me decía que Velázquez no era nadie al lado de los impresionistas; que fueron los ingleses y no los españoles los que expulsaron al ejército de Napoleón y que los españoles éramos idiotas por no desarrollar las centrales nucleares, y no como Francia que tenía un montón y no dependía energéticamente de nadie. Eso ya clamaba al cielo, porque este tipo había sido uno de los mayores opositores a las centrales nucleares en España, un activista antinuclear muy conocido y reconocido por ello. Me quedé a cuadros. Esto es el colmo de los colmos, pensé y se lo dije, claro, pero no voy repetir mis palabras; bueno, sólo una: sinvergüenza.

Dentro de la llamada cultura pululan los afrancesados a diestra y siniestra. Sirva de ejemplo lo que decía (luego diría que era más o menos una broma) el director de cine Fernando Trueba: “A mí, la palabra que más me gusta del diccionario es “nada” y luego “desertor”. Nunca he tenido un sentimiento nacional. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco minutos. Siempre he estado a favor de las selecciones de los otros países, el único año que fui con la selección española fue cuando ganó el Mundial”. Pues leyendo lo anterior, yo diría que no es que no tenga un sentimiento nacional, tenerlo lo tiene, pero un sentimiento nacional francés. Por mí, como si lo tiene chino, allá él con sus sentimientos.

Otro afrancesado, jacobino por más señas, es Arturo Pérez Reverte, no sé si grado 33 o 485 en afrancesamiento, que ha recibido las máximas condecoraciones del Estado francés: Caballero de la Orden Nacional del Mérito (2008), Caballero de la Orden de las Letras y las Artes de Francia (1998), Medalla de la Academia de Marina Francesa (2002). Muy merecidas todas ellas; no hay más que leer sus opiniones sobre este país.

En más de una ocasión (“Hoy quiero ser francés”, “Si Cervantes fuera francés”)  hace la comparación entre París y Madrid, por la cosa de la cultura, claro. Le encanta pasear por París “darse una vuelta por los buquinistas de la orilla izquierda”  y ver tantas librerías, y no la desolación de Madrid donde, dice, han desaparecido todas. Hasta  “la magnífica Cuesta Moyano y sus librerías se ven olvidadas y maltratadas por el Ayuntamiento”.  Pues si los libreros de la Cuesta Moyano que tienen sus casetas están abandonados, ¿en qué situación se encuentran los pobres “buquinistas de la orilla izquierda” que se pasan las horas y los días a la intemperie congelándose en el invierno criminal parisino, con esa humedad que se mete en los huesos y no hay abrigo que valga, o achicharrándose en verano, sin ningún lugar donde resguardarse?  Esos sí que están abandonados, ¡qué lástima! Pero no van a ponerles casetas porque a los turistas les gusta verlos a cuerpo gentil, aunque sea muertos de frío. Y sigue con la desaparición del pequeño comercio en Madrid donde han desaparecido las ferreterías, los zapateros etc., todo lo contrario que en París donde se favorece “que los pequeños negocios subsistan, humanicen las calles y animen en torno otros espacios comerciales gratos al ciudadano, complementándolo todo con una política de salubridad, higiene y seguridad callejera”. Estoy segura de que el señor Pérez Reverte ha ido mucho más que yo a París, pero durante muchos años he viajado varias veces al año a esta magnífica ciudad, y más o menos la conozco, la conocía más bien, que hace años que no voy porque los amigos han huido de ella por distintos motivos: por su clima insoportable, por lo carísima que es, por la inseguridad (a una de las amigas, profesora, le dieron una paliza tan brutal en su liceo que la sacaron en la tele cuando estaba ingresada grave en el hospital, y esto ocurrió hace casi veinte años, cuando aquí no se había producido una situación así, ni remotamente parecida. Los franceses siempre tan adelantados). La inseguridad en París viene de lejos, aunque hace tiempo que nos hemos igualado con ellos.

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